domingo, 26 de octubre de 2014

Educación Profesional



La educación en El Hato….


Sobre la formación profesional de los hijos, -en aquellos hogares que estaban en condiciones de cubrir los costos educativos-, hubo una permanente preocupación de estos muchachos y muchachas que, aburridos del trabajo en el campo, soñaban con el título de doctor o un certificado de técnico a nivel medio, que le garantizara una vida confortable y divertida similar  a la ofrecida en los grandes  centros urbanos del país. Esta  tarea prioritaria de las familias del campo, -en el final del siglo XIX y la primera mitad del  XX-, fue un propósito harto difícil si se considera la precariedad de recursos oficiales en las zonas rurales y caseríos  venezolanos, en ese entonces. En plena dictadura gomecista, sin escuelas y con escasas oportunidades de emigrar a la ciudad, los campesinos paraguaneros, -con sus ahorros enterrados en algún lugar de la casa-, podían enviar sus hijos a Coro a un colegio privado, o mandarlos a Pueblo Nuevo a casa del Bachiller Peña,  donde se recibía la instrucción básica de alfabetización, lenguaje, aritmética y cultura general. Algunas familias pudientes de la época alcanzaron altos niveles satisfactorios al ver a sus descendientes con títulos universitarios de derecho o medicina.
Superado el periodo dictatorial del gomecismo, se acrecientan las ganas de vivir en democracia y el pueblo empieza a entenderla como el sistema o régimen de garantías y libertades más perfectible de la historia. Empiezan los cambios y en la península ocurre una situación  “suí  géneris”  con la llegada de las petroleras, y todo cambia para bien de Paraguaná. Aparece,  -como por arte de magia-, el soñado caserío urbano con su asombroso crecimiento económico, territorial y demográfico, llamado Punto Fijo. La gente salió del monte y de agricultores, criadores, pescadores y sacadores de chipe, se transformaron en improvisados obreros petroleros. Mucha gente vendió la casa y los corrales con todos los animales, para irse a la espontánea, desorganizada e incipiente ciudad industrial. Me imagino aquello como una locura colectiva y, en poco tiempo, Punto Fijo era el caserío más grande del mundo. Aparecen, -papeles en mano-, los presuntos dueños de las tierras y sube a catorce el metro cuadrado. Arranca el negocio con la venta de lotes y parcelas en aquellos sabanales que, quizá, nunca fueron de nadie. Todos estaban apurados y no había tiempo para revisar documentos. Sin embargo en materia política hubo un retroceso democrático y se consolidó el gobierno militar de Pérez Jiménez.
Lejos de criticarlos, me  meto en las  alpargatas de los campesinos que migraron y hubiera hecho lo mismo. Era lo lógico. Hay cosas  que no pueden hacerse de otra manera. La oportunidad de salir de abajo se concretaba en el occidente de la península con la construcción de La Menegrande y las refinerías de Amuay y de Cardón. Durante la dictadura, prosiguió la racha de bienestar que sujetó  con más fuerzas las pretensiones de perpetuidad de Pérez Jiménez en la Presidencia.
En El Hato la historia fue la misma, las tres o cuatro familias acomodadas del caserío pudieron  llevar a sus hijos a Pueblo Nuevo a recibir las valiosas enseñanzas del Maestro Mayor de  la península Héctor M. Peña. Los descendientes de Eugenito Peña y Catalina Reyes.  Los  de Lesme Reyes y Salomé Hurtado. Los de Ruperto Hurtado y Carmen Isabel Peña. Las de Zoilo Arenas y Clara Marchena. Los de Marcelino Maldonado y Carmen López. Los de Manuel Urbano García y Carmen Morales,  para nombrar las familia más preocupadas por la educación de esa muchachera. En el curso de los tiempos llega la Profesora Hilaria Arenas y regenta una escuelita de primeras letras, que luego convierte al puerto de Adícora en un polo de atracción educacional en esta zona del litoral paraguanero. También  decidieron hacer de multiplicadores del aprendizaje en el honroso objetivo de alfabetizar al pueblo y escolarizar a los niños en la edad correspondiente. Aquí surgen los nombres de Iraida Peña y Petra Rosa Arenas, insignes damas dotadas de inteligencia y de vocación para enseñar, que oficializan y se encargan de la educación primaria pública del caserío El Hato, en la hoy llamada Escuela Nacional Bolivariana “Batalla de Junín”. Colaboradoras de propósitos nobles y gratificantes como el de alfabetizar sin límites de edad, y borrar para siempre la penosa situación del iletrado de quedar al margen del avance en todas las áreas del conocimiento. A estas  pedagogas se suma la presencia de otra educadora de riguroso espíritu crítico y promotora incansable del derecho a la educación, La Profesora Berta Elina López, natural de Adícora. La Maestra Berta dedicó toda su vida profesional a la formación de  los niños y adolescentes de este agradecido pueblo. Luego se incorporó la Profesora Lugarda Arias de Castro, pedagoga de altos quilates en la instrucción de las primeras letras, venida de El Vinculo, pero que vivió en El Hato durante  su  ejercicio magisterial.
La estabilidad laboral y la necesidad de obreros calificados para las operaciones de refinación empujaron a la creación de la Escuela Industrial, equipada con el instrumental técnico más avanzado de la época. Paralelo corría el decreto de apertura del primer liceo público de la era democrática, el Mariano de Talavera en Punto Fijo.
En El Hato, la industrial y el liceo, cayeron como dos bendiciones históricas en la gente que, -limitada por su analfabetismo-, se quedó en el caserío pero nunca dejó de soñar en grande sobre el futuro de sus hijos. Era mucho más fácil enviar al alumno a Punto Fijo que pagar por su enseñanza en Pueblo Nuevo. Algún pariente lo albergaba con tal que el muchacho echara pa’lante. Aparecieron en El Hato los primeros peritos y bachilleres. Se presentaron las primeras maestras graduadas por cursos de mejoramiento profesional del magisterio. Esto fue realmente revolucionario y la educación se convirtió en el vehículo de movilidad social por excelencia. La gente, por primera vez en siglos, se sintió libre. El modelo aplicado pudiera catalogarse como el paradigma de la educación para la libertad, que alfabetiza al adulto y prepara al futuro ciudadano estimulando la inteligencia y el talento para el trabajo creativo.


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