La educación en El Hato….
Sobre la formación profesional de los hijos, -en aquellos hogares que estaban en condiciones de cubrir los costos educativos-, hubo una permanente preocupación de estos muchachos y muchachas que, aburridos del trabajo en el campo, soñaban con el título de doctor o un
certificado de técnico a nivel medio, que le garantizara una vida confortable y divertida similar a la ofrecida en los grandes centros urbanos del país. Esta tarea prioritaria de las familias del campo,
-en el final del siglo XIX y la primera mitad del XX-, fue un propósito
harto difícil si se considera la precariedad de recursos oficiales en las zonas
rurales y caseríos venezolanos, en ese
entonces. En plena dictadura gomecista, sin escuelas y con escasas
oportunidades de emigrar a la ciudad, los campesinos paraguaneros, -con sus
ahorros enterrados en algún lugar de la casa-, podían enviar sus hijos a Coro a
un colegio privado, o mandarlos a Pueblo Nuevo a casa del Bachiller Peña, donde se recibía la instrucción básica de
alfabetización, lenguaje, aritmética y cultura general. Algunas familias pudientes de la época alcanzaron altos niveles satisfactorios al ver a sus descendientes con
títulos universitarios de derecho o medicina.
Superado el periodo dictatorial del gomecismo, se
acrecientan las ganas de vivir en democracia y el pueblo empieza a entenderla
como el sistema o régimen de garantías y libertades más perfectible de la
historia. Empiezan los cambios y en la península ocurre una situación “suí
géneris” con la llegada de las
petroleras, y todo cambia para bien de Paraguaná. Aparece, -como por arte de magia-, el soñado caserío
urbano con su asombroso crecimiento económico, territorial y demográfico,
llamado Punto Fijo. La gente salió del monte y de agricultores, criadores,
pescadores y sacadores de chipe, se transformaron en improvisados obreros
petroleros. Mucha gente vendió la casa y los corrales con todos los animales, para irse a la espontánea, desorganizada e incipiente ciudad
industrial. Me imagino aquello como una locura colectiva y, en poco tiempo, Punto Fijo era el caserío más grande del
mundo. Aparecen, -papeles en mano-, los presuntos dueños de las tierras y sube a catorce el metro cuadrado. Arranca el negocio con la venta de lotes y parcelas en aquellos sabanales que, quizá, nunca fueron de nadie. Todos estaban apurados y no había tiempo para revisar documentos. Sin embargo en materia política hubo un retroceso democrático y se
consolidó el gobierno militar de Pérez Jiménez.
Lejos de criticarlos, me meto en las alpargatas de los campesinos que migraron y hubiera hecho lo mismo. Era lo lógico. Hay cosas que no pueden hacerse de otra manera. La
oportunidad de salir de abajo se concretaba en el occidente de la península con
la construcción de La Menegrande y las refinerías de Amuay y de Cardón. Durante
la dictadura, prosiguió la racha de bienestar que sujetó con más fuerzas las pretensiones de
perpetuidad de Pérez Jiménez en la Presidencia.
En El Hato la historia fue la misma, las tres o cuatro
familias acomodadas del caserío pudieron
llevar a sus hijos a Pueblo Nuevo a recibir las valiosas enseñanzas del
Maestro Mayor de la península Héctor M.
Peña. Los descendientes de Eugenito Peña y Catalina Reyes. Los de
Lesme Reyes y Salomé Hurtado. Los de Ruperto Hurtado y Carmen Isabel Peña. Las
de Zoilo Arenas y Clara Marchena. Los de Marcelino Maldonado y Carmen López. Los de Manuel Urbano García y Carmen Morales, para nombrar las familia más preocupadas por
la educación de esa muchachera. En el curso de los tiempos llega la Profesora Hilaria Arenas y regenta una escuelita de primeras letras, que luego convierte al puerto de Adícora en un polo de atracción educacional en esta zona del litoral paraguanero. También decidieron hacer de multiplicadores del aprendizaje en el honroso objetivo de alfabetizar al pueblo y escolarizar a los
niños en la edad correspondiente. Aquí surgen los nombres de Iraida Peña y
Petra Rosa Arenas, insignes damas dotadas de inteligencia y de vocación para
enseñar, que oficializan y se encargan de la educación primaria pública del caserío El Hato, en la hoy
llamada Escuela Nacional Bolivariana “Batalla de Junín”. Colaboradoras de
propósitos nobles y gratificantes como el de alfabetizar sin límites de edad, y
borrar para siempre la penosa situación del iletrado de quedar al margen del
avance en todas las áreas del conocimiento. A estas pedagogas se suma la presencia de otra
educadora de riguroso espíritu crítico y promotora incansable del derecho a la
educación, La Profesora Berta Elina López, natural de Adícora. La Maestra Berta
dedicó toda su vida profesional a la formación de los niños y adolescentes de este agradecido
pueblo. Luego se incorporó la Profesora Lugarda Arias de Castro, pedagoga de
altos quilates en la instrucción de las primeras letras, venida de El Vinculo, pero
que vivió en El Hato durante su ejercicio magisterial.
La estabilidad laboral y la necesidad de obreros
calificados para las operaciones de refinación empujaron a la creación de la
Escuela Industrial, equipada con el instrumental técnico más avanzado de la
época. Paralelo corría el decreto de apertura del primer liceo público de la
era democrática, el Mariano de Talavera en Punto Fijo.
En El Hato, la industrial y el liceo, cayeron como dos
bendiciones históricas en la gente que, -limitada por su analfabetismo-, se quedó en el caserío pero nunca
dejó de soñar en grande sobre el futuro de sus hijos. Era mucho más fácil
enviar al alumno a Punto Fijo que pagar por su enseñanza en Pueblo Nuevo. Algún
pariente lo albergaba con tal que el muchacho echara pa’lante. Aparecieron en
El Hato los primeros peritos y bachilleres. Se presentaron las primeras
maestras graduadas por cursos de mejoramiento profesional del magisterio. Esto
fue realmente revolucionario y la educación se convirtió en el vehículo de
movilidad social por excelencia. La gente, por primera vez en siglos, se sintió
libre. El modelo aplicado pudiera catalogarse como el paradigma de la educación para
la libertad, que alfabetiza al adulto y prepara al futuro ciudadano estimulando la inteligencia y el talento para el trabajo creativo.
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