PRÓLOGO
Algunos definen la
memoria como una función del intelecto que consiste en registrar, conservar y
evocar experiencias a nivel individual. La sumatoria de sujetos con recuerdos
similares, en espacios y tiempos
idénticamente determinados, no completan lo que se conoce como memoria
colectiva. Desde una perspectiva holística, asumimos que “el todo es más que la suma
de las partes”. En términos de
amplitud, -la memoria colectiva-, es un
ensamble de historias que se atesora, destaca y circula por el tejido social de
un país, de una región o de un poblado en particular. Los pueblos de hoy
participan en una dinámica multifactorial
que arranca desde su origen o fundación, pasando por la raza, religión, régimen
político, diferencias sociales y
económicas, pero que convergen y llegan a acuerdos en torno a la protección del
patrimonio cultural contenido en los
registros y archivos comunes. Es decir
tienen un celo bizarro por la
memoria de la comunidad, aún con
más fuerza en la era de la información total, libre e inmediata de la aldea
global, ésta última expresión acuñada por Marshall
Mcluhan en los años 60’s para referirse a las consecuencias socio-culturales de la comunicación. Este libro no pretende ser un almacén de
reminiscencias; algunos recuerdos quedan a buen resguardo, otros coleccionados
como las joyas de un tesoro, unos tantos inexorablemente perdidos en el tiempo
y muy pocos esparcidos en el depósito del olvido por motivaciones personales,
familiares o de otra índole. El libro es un álbum memorable, abierto de par en
par, que intenta recoger, desempolvar y salvar testimonios inéditos, -en
fuentes de primera mano-, como fotografías y documentos valiosos que enriquecen
la memoria popular. El imaginario colectivo le da continuidad temporal a los
recuerdos y, atesorándolos en la memoria, permite el rescate de tradiciones y costumbres, incluyendo las
ingratas memorizaciones echadas al gran
basurero de la historia. En el pueblo sobrevive una memoria cultural de resistencia ancestral,
que permanece en los mitos y leyendas y que, a través de la oralidad, transmite
distorsiones y adaptaciones al pasar de una generación a otra, so pena de ser reemplazada por
la transculturización imperial de los que dominan el mundo. Sin embargo el investigador tiene que
hacer una especie de pasantía hermenéutica sobre los contenidos no escritos,
que se acercan más a la versión original. Si bien en un principio la exégesis aplicaba
exclusivamente a la interpretación de textos bíblicos, las técnicas
hermenéuticas dan para mucho más; esta metodología sirve también para
explicaciones rigurosas en el arte, la ciencia y, sobre todo, la historia,
vista ésta como “algo que nunca sucedió,
contada por alguien que no estuvo ahí”. Ahora el caserío tiene quien le
escriba, porque son relatos de personajes, en ausencia física, pero que son retratados
por sus descendientes directos. Un ejercicio biográfico, ligeramente alterado,
adornado con las exageraciones propias de los héroes de la familia, que tampoco
llega a los extremos de la anécdota narcisista. Este libro es un archivo actualizado de las experiencias
recientes de un pueblo; de acontecimientos que estremecieron la tranquilidad de
la gente; de fugaces instantes de felicidad congelados por el flash de una
cámara fotográfica y, por supuesto, de la interacción de un lector, asediado
por los recuerdos, que termina en el rol protagónico del episodio contado. Leer
un párrafo es ubicarse en un lapso y en un contexto de real, mágica y
maravillosa posteridad. Es como reanudar la interrumpida conversación
imaginaria que se sostuvo en el último encuentro antes del infalible olvido.
Es una fabulosa manera de reconciliarse con el recuerdo; un divertido ejercicio
para la memoria individual; una contribución al fortalecimiento del perfil
histórico del vecindario; es como si nuestros antepasados recorrieran sus pasos
en esta vida, no para absolver ni condenar a nadie, sino para vivir de nuevo
con el propósito noble, leal e impertérrito de servir a su país.
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