El que está dispuesto a sacrificar su vida por la defensa de un ideal o doctrina, también es capaz de matar por los mismos propósitos. El fanatismo es una patología del
intelecto, que altera la conducta colectiva de un grupo social que se congrega en torno a un
determinado culto. El fanático es un
potencial homicida que no entiende que sus derechos terminan donde empiezan los
de los demás. Es la conducta típica de los hinchas del fútbol de los tiempos
modernos, militantes de un exagerado fanatismo deportivo que los lleva a la
destrucción de bienes públicos y a la muerte de seres humanos. Otro ejemplo son
los fan,
–término derivado de expresión anglo-, que con pasión
exacerbada, desmedida o tenaz se adhieren a una causa, o se convierten en
seguidores incondicionales de personajes de una disciplina deportiva, de la
política, de la tecnología, del espectáculo
o de la religión. Estamos hablando del fanático que, subestimando el derecho ajeno, hace valer el
suyo a costa de lo que sea. Es frecuente en estos tiempos, los escándalos de
orden público generados por fanáticos del fútbol en el Reino Unido y algunos
países latino-americanos, verbigracia Colombia. No obstante estos episodios,
luego de su reseña noticiosa,
quedan de relleno en la memoria informativa
de los pueblos sin recibir el tratamiento especializado y el análisis científico requeridos.
En estos momentos la atención de la opinión pública mundial, con todo su arsenal
mediático, está dirigida a ponderar los peligros de un estado islámico, por ahora
gobierno no reconocido que sólo ocupa territorio en Siria e Irak. Un califato confesional, cuya
base doctrinaria se ampara en la
Ley Musulmana, que pretenden imponer, -por la vía del terror-, como la única y absoluta verdad política y religiosa del mundo árabe. Un fundamentalismo que critica las libertades de occidente, pero pone
a circular los videos macabros y espeluznantes en los que decapitan gente
inocente, invocando principios religiosos. Es objetivo de su plan
inocular el veneno del terror en la sociedad occidental, y convocar a los
millones de musulmanes de diferentes tendencias, que habitan en el planeta, a la
conformación de un Estado
Islámico universal. Estamos en presencia de un fanatismo religioso que usa
el terrorismo como fórmula para
aniquilar al enemigo. Gente dispuesta a matar a quienes no comparten sus ideas,
no importa que sean inocentes o ignorantes de la cuestión religiosa. Estos
fanáticos asesinan a su antojo, en un acto de crueldad que animaliza la
condición humana, así de fácil como matar un zancudo. Incrementan en su discurso el odio visceral a países
libres, democráticos y altamente desarrollados hasta convertirlos en objetivos de guerra del terrorismo
internacional, que infortunadamente ha
conseguido eco en algunos rincones de occidente. Estos verdugos, fanáticos
políticos y religiosos, se retrotraen a un primitivismo asombroso, cometiendo
los más horrendos y crueles crímenes de la historia de la humanidad.
Los anteriores
serían los fanáticos más peligrosos del planeta. Sin embargo, en Venezuela se
da el caso de un fanatismo político que mete miedo. A 15 años de revolución, el país no termina de
sobreponerse a las diferencias que utilizan el odio y los asuntos íntimos para
descalificar al adversario. El socialismo de Chávez tiene muchos fanáticos y
ese hecho es peligroso para la alternancia del poder en democracia. Para el tamaño de los cambios, la violencia
política ha sido mínima. La racha de eventos electorales favorable al extinto Presidente, pasmó el fanatismo a
pesar del deseo de azuzar a los pobres, por parte de grupos interesados en la
violencia. En resumen, la tenacidad y
resistencia de la oposición democrática; así como el avance y retroceso de los
cambios políticos y económicos del estado, han detenido el fanatismo irracional
como la musculatura sectaria que pone y
quita gobiernos. Vale mencionar el
fanatismo activo de los colectivos que operan en las cercanías del palacio
blanco, listos para salir en defensa de la revolución, ante una potencial
invasión extranjera o una ruptura del hilo constitucional.
En el cuadro anterior se visualiza la satanización del
fanatismo, cuya acepción positiva también merece comentarla. Nada más agradable
que sentir la pasión de ser fanático del Magallanes o de los Leones del
Caracas, los eternos rivales. O fanático de la Vinotinto, cada
vez que acudimos a eventos internacionales del fútbol. O fanático de Reinaldo
Armas, la Billos y Oscar D’león. Fanáticos de los maestros Abreu
y Dudamel con las orquestas juveniles a nivel nacional. La pasión del fanatismo
por Cabrerita, líder de bateo, jonrones
y remolcadas en las grandes ligas. No todo el fanatismo es malo per se. Existe un fanatismo light. Un fanatismo que
no daña ni altera el estilo venezolano.
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