jueves, 9 de octubre de 2014

LOS FAN DEL TERROR

El que está dispuesto a sacrificar su vida por la defensa de un ideal o doctrina, también es capaz de matar por los mismos propósitos. El fanatismo es una patología del intelecto, que altera la conducta colectiva de un grupo social que se congrega en torno a un determinado culto.  El fanático es un potencial homicida que no entiende que sus derechos terminan donde empiezan los de los demás. Es la conducta típica de los hinchas del fútbol de los tiempos modernos, militantes de un exagerado fanatismo deportivo que los lleva a la destrucción de bienes públicos y a la muerte de seres humanos. Otro ejemplo son  los fan,  –término derivado de expresión anglo-, que con pasión exacerbada, desmedida o tenaz se adhieren a una causa, o se convierten en seguidores incondicionales de personajes de una disciplina deportiva, de la política, de la tecnología, del espectáculo  o  de la religión.  Estamos hablando del fanático que,  subestimando el derecho ajeno, hace valer el suyo a costa de lo que sea. Es frecuente en estos tiempos, los escándalos de orden público generados por fanáticos del fútbol en el Reino Unido y algunos países latino-americanos, verbigracia Colombia. No obstante estos episodios, luego de su reseña noticiosa,  quedan  de relleno en la memoria informativa de los pueblos sin recibir el tratamiento especializado y el análisis científico requeridos.

En estos momentos la atención de  la opinión pública mundial, con todo su arsenal mediático, está dirigida a ponderar los peligros de un estado islámico,  por ahora  gobierno no reconocido que  sólo ocupa territorio en  Siria e Irak.  Un califato confesional,  cuya  base  doctrinaria se ampara en la Ley Musulmana,  que pretenden imponer, -por la vía del terror-, como la única  y absoluta verdad política y religiosa del mundo árabe. Un fundamentalismo que  critica las libertades de occidente, pero pone a circular los videos macabros y espeluznantes en los que decapitan gente inocente, invocando principios religiosos. Es objetivo de su plan  inocular el veneno del terror en la sociedad occidental, y convocar a los millones de musulmanes de diferentes  tendencias, que habitan en el planeta, a la conformación  de  un  Estado  Islámico  universal. Estamos en presencia de un fanatismo religioso que usa el terrorismo como fórmula  para aniquilar al enemigo. Gente dispuesta a matar a quienes no comparten sus ideas, no importa que sean inocentes o ignorantes de la cuestión religiosa. Estos fanáticos asesinan a su antojo, en un acto de crueldad que animaliza la condición humana, así de fácil como matar un zancudo. Incrementan en su discurso el odio visceral a países libres, democráticos y altamente desarrollados hasta convertirlos en objetivos de guerra del terrorismo internacional,  que infortunadamente ha conseguido eco en algunos rincones de occidente. Estos verdugos, fanáticos políticos y religiosos, se retrotraen a un primitivismo asombroso, cometiendo los más horrendos y crueles crímenes de la historia de la humanidad.

Los anteriores serían los fanáticos más peligrosos del planeta. Sin embargo, en Venezuela se da el caso de un fanatismo político que mete miedo. A  15 años de revolución, el país no termina de sobreponerse a las diferencias que utilizan el odio y los asuntos íntimos para descalificar al adversario. El socialismo de Chávez tiene muchos fanáticos y ese hecho es peligroso para la alternancia del poder en democracia.  Para el tamaño de los cambios, la violencia política ha sido mínima. La racha de eventos electorales favorable al  extinto Presidente, pasmó el fanatismo a pesar del deseo de azuzar a los pobres, por parte de grupos interesados en la violencia.  En resumen, la tenacidad y resistencia de la oposición democrática; así como el avance y retroceso de los cambios políticos y económicos del estado, han detenido el fanatismo irracional como la musculatura sectaria  que pone y quita  gobiernos. Vale mencionar el fanatismo activo de los colectivos que operan en las cercanías del palacio blanco, listos para salir en defensa de la revolución, ante una potencial invasión extranjera o una ruptura del hilo constitucional.

En el cuadro anterior se visualiza la satanización del fanatismo, cuya acepción positiva también merece comentarla. Nada más agradable que sentir la pasión de ser fanático del Magallanes o de los Leones del Caracas, los eternos rivales. O fanático de la Vinotinto,  cada  vez que acudimos a eventos internacionales del fútbol. O fanático de Reinaldo Armas, la Billos  y  Oscar D’león. Fanáticos de los maestros Abreu y Dudamel con las orquestas juveniles a nivel nacional. La pasión del fanatismo por Cabrerita, líder  de bateo, jonrones y remolcadas en las grandes ligas. No todo el fanatismo es malo per se.  Existe un fanatismo light. Un fanatismo que no daña ni altera el estilo venezolano.









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