MIL PALABRAS
El propósito del local del centro comunal era el de un lugar de
reuniones. Un espacio de pertenencia colectiva que sirviera de entretenimiento en que
consumir el tiempo de ocio, generado por
la jornada del trabajo y el complementario período de sueño. Los tiempos modernos hablan de 24 horas
diarias o del lapso de la relación laboral dividida en tres fases. Ocho de la
faena, ocho del sueño y ocho horas ociosas con las que hay que hacer algo para
evitar que el pensamiento se ocupe de analizar los niveles de miseria en que
vive el obrero venezolano. Por supuesto que para desarrollar una cultura
popular, -en semejantes términos y que se generaría a tenor de esas
conversaciones-, más que el recinto era
necesario despertar el poder imaginario del pueblo. Encontrarse con el
talento o con la genialidad y educarlos para salir del anonimato. Para bien o
para mal, no ocurrió ni lo uno ni lo
otro sino todo lo contrario. Ni el genio
ni el talentoso aparecieron y el centro
comunal se usó para desarrollar la cultura grotesca del “raspa canilla” con un
baile cada 8 días, cosa que no es mala per sé. Lo repugnante eran las borracheras y reyertas callejeras en que terminaban estos
bonches. Hoy día, el Centro Comunal, es un remedo de su propósito, caído en el
abandono como pieza del pasado. Sólo se ven recuerdos de aquel espacioso salón, desdibujado en la memoria y semi-borrado por
la historia. Convertido en un mamotreto que reniega de su existencia. Otro sitio abandonado que llora
su triste soledad sobre los muros derruidos por el
tiempo. De esta manera surgen migajas de
sombras que se resisten a desaparecer. Entonces brotan las anécdotas de boca en
boca, que convoca al protagonismo silente de los
parroquianos, sobrevivientes de aquellos días insuperables de alegría. Historias que Manuelito García
sale a recoger, de las palabras de
quienes ejecutaban aquel teatro lugareño. Nuestra intención es que el pueblo haga su juicio y corrija los equívocos
y siga su búsqueda de poder entender eso que llaman cultura. De qué manera se
come, con qué se acompaña ese bocadito
que nos indigesta con frecuencia. Al abandono de la casa comunal se adhiere el
cierre del edificio cultural, creado con
propósitos similares y al
parecer a nosotros y al pueblo nos
queda muy grande la palabra cultura. En El Hato no hay pintores, no hay
poetas, no hay escritores, no hay músicos. Hay un divorcio total con la
cultura. Que pueden hablar,
-unos COME DATOS CON SEMERUCOS-, que no
sea del hambre pareja que padecemos hoy y de la sequía que se ha vuelto crónica
en la vida del paraguanero.
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