sábado, 14 de mayo de 2016

Agua y Luz en El Hato.

Fue en la segunda mitad del siglo XX, cuando los nacidos antes o durante la primera mitad de aquella centuria,  conocimos las torrentes de agua potable circulando por las tuberías galvanizadas. Técnica ésta, harto conocida en los tiempos y lugares más recónditos del planeta, pero asombrosas a los ojos de las aldeas rurales de Paraguaná. Aquello se nos grabó como un acto de magia o una justificada honra de las promesas electorales de la imberbe democracia que recién se instalaba en el país. Mientras esto ocurría con el acueducto, el fenómeno se repetía con la electricidad. Las siamesas de la civilización corrían parejo con el avance cronológico de la historia. El agua y la luz se abrazan y se dan la mano  siempre como necesidades básicas de la población.  Sin distinción de clase social, color de piel o cualquier otra característica que pudiera prestarse a la discriminación, todos tenemos derecho al agua potable y a la energía en sus múltiples manifestaciones. Los permanentes conflictos del medio oriente. por ejemplo. y las tensiones bélicas entre las potencias militares,  de hoy día,  se deben básicamente al control de los espacios acuíferos y al manoseo  de un recurso energético como el petróleo. Guerras por el manejo de los recursos hídricos y forestales, amén de la pugna por los hidrocarburos en encubiertas operaciones racistas, religiosas y políticas, que datan desde los primeros usos del fluido orgánico mejor conocido como oro negro, unidad energética que mueve al mundo hasta los tiempos actuales.
Volviendo a la historia local, la memoria nos presenta a los protagonistas, -como espantados unos y estupefactos otros-. al ver los postes de las redes distribuidoras, que alumbraban el espacio interior y las fachadas del caserío. Otro  acto sobrenatural de un pueblo azotado por la sequía,  que  se preparaba para asumir el desafío del proceso acelerado de sustitución del rancho de barro por viviendas higiénicas, con los elementales servicios de modernos centros urbanos. Un caserío que rompe el silencio del miedo, reemplazando el mechurrio de kerosén y la eficaz lámpara de gasolina por el incandescente y automático bombillo eléctrico. Certero golpe a las costumbres primitivas de unos campesinos temerosos de la civilidad.
El vital líquido, ahora potable y en abundancia para ducharse y prevenir las epidemias generadas por las evidentes carencias sanitarias de las que gradualmente hemos salido, sin descuidar las amenazas de retroceso en esta materia.  Otro adelanto fue la energía eléctrica para refrigerar los alimentos y evitar los encurtidos de sal que subitamente deterioraban  la salud del colectivo, situación que se agravaba porque no había ni médicos ni medicinas. Casi un siglo después volvemos a la precariedad del agua y la luz por motivos diferentes. Esta vez los cambios climáticos, provocados por el uso perverso de los recursos naturales, son los responsables de la ausencia de lluvias que genera la prolongación del verano y merma la capacidad de la energía hidráulica para transformarse en electricidad. EL NIÑO Y LA NIÑA, -fenómenos meteorológicos de efectos funestos en la región-  son los causantes del racionamiento del agua y la energía en toda Venezuela. Sin embargo a la distribución desesperada de ambos rubros se suma la escasez de alimentos como la leche, la carne, la arepa y el pan de trigo. Pobreza que se multiplica por  la ausencia total y absoluta de las medicinas. Tenemos a estas alturas, -a más de 200 años de independencia del  imperio español-,  un país que va de reversa; que va de retro; que va más allá del siglo anterior. Una nación sin papel higiénico, sin desodorante, sin zapatos, semi-desnudo, que cambió para involucionar en  una caricatura de la prospera Venezuela  de otrora. No obstante lo más grave es la ausencia de proteínas en la dieta de los jóvenes, en especial de la leche formulada para los recien-nacidos. El resultado de esta tragedia será una juventud raquítica y sin ánimo de competencia. Una república sin atletas en las canchas y sin genios en las universidades. El país era rico, boyante, dispuesto a ejercer el liderazgo continental sobre las islas del Caribe, echadas al olvido y abandonadas por las metrópolis imperiales del viejo mundo. Desaparece, entonces, aquella débil república en circunstancias extrañas. Venezuela de un día para otro sin energía para el consumo interno. Sin dinero para importar alimentos. Sin plata para producir medicinas. Sin las divisas para las mínimas actividades de viajes por diversos motivos, como negocios y turismo. Sin el prestigio y la confianza para que algún banquero o financista le extienda  la mano. A la gran Venezuela se la tragó el absurdo. La impericia profesional de un gobierno sectario que malgastó la cifra más larga de dinero, que haya registrado como ingreso la tesorería nacional, en toda la vida republicana del país. No queda otra que dolarizar la economía y acudir a las demonizadas recetas del FONDO MONETARIO INTERNACIONAL. Es decir, el ensayo fracasó; 17 años perdidos. Volveremos a comenzar y la historia volverá a repetirse y otro Megalómano, sediento de gloria, pretenderá con los recursos de los venezolanos adueñarse  del mundo, o del continente o del Caribe. La marca genética de la grandeza nos corre por las venas. El ingreso de los españoles a nuestro fondo común de genes no fue gratuito.  Sin agua, sin luz y sin comida, pero  tenemos patria.

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