jueves, 19 de mayo de 2016

Manuel Eugenio Léidenz Colina

Manuel Eugenio Léidenz Colina, un venezolano a carta  cabal que,  tal vez, pudo  haber  concluido su tratamiento médico con todos los insumos disponibles, si la historia del país hubiese sido otra. Si se respetaran los derechos humanos y, en consecuencia, la nación hubiera estado en manos de gente responsable, con sentido común, capaz de garantizar la salud y la vida de los venezolanos.  Sin embargo presumimos que decidió, -junto a su familia-, enfrentar a la complicada enfermedad y luchar por su supervivencia con los escasos recursos terapéuticos, hoy, en mala hora, desaparecidos del mercado farmacéutico nacional. Su convicción sobre la calidad de la medicina Venezolana fue, -más que una expresión reiterativa de fe-, una entrega total a las manos de nuestros galenos. Ahora los profesionales de la salud ejecutando las tareas titánicas, no convencionales, de operar sin material quirúrgico y sanar a los enfermos sin medicamentos, contrariando el juramento hipocrático, lo que supone un desafío cuesta arriba con un riesgo muy alto en su misión de aliviar el dolor y prolongar la vida de los habitantes de esta república bolivariana. 


Manuel Eugenio fue un ciudadano ejemplar; conocedor de sus deberes y derechos. Respetuoso del trabajo planificado como fuente de ingresos, manantial de experiencias y agenda de responsabilidades las 24 horas del día, los siete días de la  semana, las  365 fechas del año. Manuel Eugenio cumplió su tarea como un individuo de principios éticos y morales con una  vida regida por la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.  Asumió sus quebrantos con la  esperanza propia de los virtuosos y confió en el equipo de especialistas que atendieron sus dolencias. Desde sus tiempos juveniles creyó con absoluta certeza en los avances científicos registrados en el país y nunca se dejó seducir por la idea de marcharse a algún otro lugar. Siempre soñó con una Venezuela productiva, llena de prosperidad para la que se preparó en una carrera universitaria de conexión directa con la producción agrícola del país. Para satisfacción de la familia, Manuel Eugenio había entendido el llamado del sabio y laureado escritor venezolano Doctor Arturo Uslar Pietri,  de sembrar el petróleo.  Entre otras diligencias se trasladó a la Ciudad de Maracay y escogió el trabajo agrícola como el leit motiv de su existencia. Sostuvo una fe inquebrantable en el potencial agropecuario de los suelos venezolanos. Siempre creyó en la recuperación inmediata  de los logros alcanzados en la democracia. De manera que se marchó de este mundo con la extrema preocupación por el peligro que se cierne sobre el régimen de libertades  democráticas, que cada día se hace más vulnerable y difícil de rescatar. Sus hijos, hijas y nietos decidieron sembrarlo en los fértiles Valles de Aragua, donde transcurrió su vida profesional y familiar. En Aragua,  -su tierra por adopción-, se cultivaron  para siempre sus despojos mortales y las formidables experiencias y enseñanzas que abonarán la calidad y cantidad de la zafra, recordando los tiempos de avanzada en que el sector privado tenía acceso a las divisas que permitían incorporar tecnología de punta en la producción agropecuaria del país.  

Un profesional brillante con más de 40 años de entrega al campo venezolano, especialmente a la zona centro norte costera del territorio nacional, en particular a la caña de azúcar (Saccharum Officinarum), el rubro que ocupó su tiempo completo de trabajo rutinario y de las horas de investigación que se trazó como hombre de ciencia. Desde muy joven inició su preparación en la Facultad de Agronomía de La Universidad Central de Venezuela, donde obtuvo el título de Ingeniero Agrónomo.  Siempre quiso a Maracay, su ciudad favorita y el sector El Limón su residencia estudiantil, -desde la primera jornada académica  hasta la última clase del pregrado-,  muy cerca del campus de las escuelas de agronomía y de  veterinaria de la UCV. La Señora que regentaba la residencia elogió siempre la conducta intachable, la postura y elegancia de gran caballero que personalizaba Manuel Eugenio. Ejerció su disciplina laboral en el sector  privado de la economía. Se especializó en el cultivo de la caña, alcanzando jerarquía gerencial y de investigación en las empresas de la Familia Vollmer. Su vasta experiencia con este grupo empresarial y sus aprovechados estudios de postgrado  le permitieron  practicar asesorías tanto en Venezuela como el exterior en la industria azucarera..


Manuel Eugenio, mi primo Ñeño, para quien hubo siempre un trato cariñoso y especial. Lo admiramos y reconocimos como el hermano mayor de la familia. El hombre sencillo, responsable y serio, de extensos y profundos  conocimientos, que hablaba con propiedad de  cultura  general y, especialmente, de su área  técnica y profesional. Así mismo de los temas de actualidad a nivel global. Quienes lo admiramos, lo respetamos por su cultivada condición intelectual, su elevado perfil profesional y sus discusiones en tono y carácter moderados, sin aspavientos ni estridencias. Un ser humano extraordinario. Un individuo conocedor del potencial educativo de su descendencia. Un Padre de excelsa  dedicación familiar con unas hijas bellísimas e inteligentes y unos muchachos educados y talentosos, todos con formación universitaria. Un abuelo encantador que disfrutó en toda su intensidad la frescura de sus hermosos nietos. Hoy parte en viaje definitivo a otro nivel de existencia; sube al reencuentro con la mitad de su vida, con su amor eterno... Talita, la madre de sus hijos, la abuela de sus nietos. La esposa del hombre saludable, la mujer del marido inteligente, la dama del caballero elegante, la miliciana del compañero luchador, la muchacha del amigo infalible,  la señora del esposo conquistado por el amor inagotable de una gran Mujer.

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