Y tu pueblo
amanece de luto,
despierta triste, inerte, silente...
carente del calor humano suficiente
de la temprana mañana,
sin el foco intenso del incandescente día
ni la resolana radiante
ni los múltiples atenuantes
en una tarde abundante de rayos solares
que se enojan por el duelo
que se ocultan
en los friolentos vientos
de la noche y la madrugada,
sin la luz ultra violeta
que broncea
que oscurece
que tensa
que altera
la piel
des-hidratada y demacrada
de la mujer paraguanera....
Llegaste al cielo....
en la más brillante noche de luna llena,
con la urgencia de un diluvio,
volando sobre las tormentas
mientras las estrellas
te iluminaban el camino del plenilunio.
Llegaste al cielo…
Y el tallo leñoso de un centenario
árbol que refresca la sabana,
un resistente y frondoso Cují,
que todavía se estremece por el duelo,
se bate contra el suelo,
se sacude casi se tuerce
en pleno sol de mediodía.
Llegaste al cielo...
Mientras el cujizal
de Barabara aguanta,
la sabana se sofoca
se seca por el calor
precipitando gotas de agua
imaginando que caen del cielo
suponiendo que brotan del suelo
esperando que el verano se espante
que la luvia drague el perdido estanque
y rebose las barrancas de la aterrada quebrada.
Llegaste al cielo…
Y sorprende ver
las tunas llorando de tristeza,
derramando lágrimas de dolor
sobre el suculento y erizado cactus,
planta del exótico fruto
todo cubierto de espinas,
-el Dato Cardón-
que nada sabe de sufrimientos
porque nunca oye
ni llantos
ni lamentos
ni plegarias
ni el agónico estupor
de la vida que termina.
Llegaste al cielo…
Y pasaste como apurada
de prisa anduviste
compañera del viento
camarada invisible de los ventarrones,
que llegan
soplan
ventean
y arrasan
los rastrojos
los despojos
del verano devastador.
Llegaste al cielo…
Y sólo dejas el álbum lleno de melancolía
presencias que todavía
las siente y las llora tu gente
por tu repentino, increíble y asombroso
viaje al infinito. .
Llegaste al cielo....
A tus recuerdos, tu familia y tus amigos
los cuidaste del mal tiempo
pero te olvidaste
del saludable espejo
y sin alteraciones
y sin despedidas,
en términos absolutos
sin dilatorias relativas
sin alargar la espera
ni en minutos
ni en segundos
el Dios creador te separó del mundo.
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